martes, enero 28, 2014

En una feria londinense...




















La vida suele llevarnos cual hoja al viento, haciéndonos creer burlona que llevamos el timón. Forjamos planes que ella desbarata y  rearma,
dejando a veces a su paso...roto el corazón. Y seguimos al tiempo,
sin poder detenerle, pasando de largo, asumiendo, ignorando
cualquier situación...viviendo, le llaman. Un día...en el ocaso,
tal vez te des cuenta que vivir la vida...no permite opción .

Es una tarde fresca de Abril, de cualquier tiempo 2013 quizá ...
porque no de 1899? lo mismo da la fecha para esta historia.
Ella pasa en un carruaje rumbo a Mayfair en ese Londres eterno,
con pocos cambios en el paisaje. El cochero aminoró el paso...
pues atravesaba una feria, esas ferias callejeras llenas de colorido,
Los ojos castaños de ella se iluminaron al contemplar las luces,
la gente de clase variopinta riendo y bailando. Los dueños de las casetas
pregonando sus juegos o sus mercancías. Tuvo el anhelo de volver a ser niña,
de huir un poco a la rutina diaria al menos por unas horas más...
robarle tiempo al tiempo su vuelta a la realidad anodina de su vida.

¡Cochero, llamó con entusiasmo, detenga el carruaje por favor
quiero dar una vuelta por la feria! El vehículo se detuvo...
el cochero sonriente le ayudó a bajar, diciendo: Ayer vine
con mi esposa y mis hijos y aun les dura la alegría el día de hoy.
¿me esperará? pregunto Laureen. Faltaba más señora, tómese su tiempo
le guiñó un ojo y sonrío. Ella le devolvió la sonrisa y le
dijo: ojala que igual que a sus hijos a mí me endulce el ánimo.
- Se lo garantizó.  Laureen asintió y presa de optimismo nada propio
en ella, echó a andar hacia la bulliciosa feria, mezclándose
entre el gentío.  Era una noche donde la suave brisa
podía alcanzarte el rostro y jugar con los mechones de tu pelo,
resultando agradable.

Se incorporó sonriendo a la muchedumbre de niños extasiados que
con fuerza sujetaban el listón de sus globos de colores, a las chicas
que coquetas; entre risas sacaban la lengua para probar sus bolas
de algodón sabedoras que un grupo de admiradores las seguía a corta
distancia. Los muchachos se daban codazos, reían y se murmuraban
entre si, mientras ellas...jugaban al eterno juego del cortejo
humano.

Chicos y mayores lo pasaban en grande...y toda esa felicidad ,
resultaba contagiosa, Laureen cayó en cuenta que de verdad...ahí
sola, deambulando por la feria se estaba divirtiendo. Pasaba en ese
momento por la caseta de una pitonisa, a ella nunca le habían leído
el futuro, sintió emoción al dar unos pasos adelante y resuelta,
entro en la caseta. Enseguida lamentó su impetuosidad...pero tomó
asiento entre las sombras frente a una anciana con turbante lleno
de abalorios que sonreía . Le tomó la mano derecha y dijo con voz
lúgubre...Veo a una joven bonita con brillante pelo castaño...
delgada como un junco y ojos ilusionados. La anciana hizo una pausa
y miro a Laureen sin pestañear. Esta mujer conocerá a dentro de poco
a un hombre cautivador, un desconocido de pelo azabache, alto, delgado
con ojos interrogantes y sonrisa fácil, que devolverá la luz a sus ojos
y el rubor a sus pálidas mejillas.

Laureen  exclamó: No, espere...ya basta, y retirando su mano, desechó
la idea con un ademán. Conozco muy bien mi pasado...quería saber si acaso
mi futuro. Y con enojo...puso un billete sobre la mesa y salió de
la caseta de la pitonisa.  Una vez en el exterior siguió paseando
y divirtiéndose con los payasos en altos zancos, las bailarinas egipcias
un chico con un mono que hacia piruetas. Se detuvo en seco ante un
sombrío pregonero. Que con el pelo negro como el azabache, delgado
y alto con ojos sombríos y oscuros ...con esa mirada profunda que habla
que ha visto demasiado, esos que ya no contienen ni un destello de luz.
Una cicatriz real o tatuada cruzaba su rostro dándole un aspecto de
peligrosidad... Laureen sonrío ante la picardía de la pitonisa...el hombre
bajó la vista y la sorprendió sonriendo...sin sonreír , ni alterar lo mas
mínimo la mirada , se inclinó y le dijo: La señorita querrá comprar
este elixir maravilloso que devuelve la lozanía a la piel y conserva
el color de sus mejillas y la brillantez de su pelo?  Apenada Laureen
balbuceó: Yo...no, no gracias y alejándose volvió al carruaje para volver
a su hotel.

Durante al trayecto al hotel, Laureen no dejó de pensar en aquel vendedor
de elixires maravillosos, y se sonrojó al pensar que no dudaba que fuera
capaz elixir o no de devolver el color a las mejillas de cualquier mujer.
Le apenó su reacción de colegiala asustada, pero pese a todo se alegró
de haber seguido su impulso y recorrer la feria.   Ya en la noche; en la
soledad de su habitación y sin lograr conciliar el sueño, en la oscura
quietud de la noche... pensó en aquel hombre de inolvidables ojos oscuros,
y evocó otros...castaños, plenos de interrogantes en la cara juvenil
de un larguirucho que en un medio abrazo la acercaba a su cuerpo.
Y, por una extraña e incomprensible razón, el vívido recuerdo le llenó los
ojos de lágrimas de pesar por lo que no había podido ser...y nunca sería.


Malusa

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